Nota: Prometo que todo lo que sigue a continuación es verdad.
Entré limpia y despojada al ritual de la lectura. Algo -muy breve, pero vivaz- había escuchado acerca del libro; suficiente para querer engullirlo con la fiereza pobre del dolor no correspondido. No quise leer — con anterioridad — biografías ni entrevistas ni opiniones. Tuve miedo de que ese acto de adelantarme trajera sobre mí la maldición de apropiarme de la insistencia de otros en decir esto o aquello.
Creí — como si la conociera, como se les cree a los amigos — en el título que le da nombre a las ochenta y tres páginas. De modo que preparé el altar con los cuarzos que me han visitado por lustros, encendí el incienso, me hice una limpia con salvia. Se acercaba la hora maestra de las once y once. Comencé. Continuar Leyendo