Nota para los lectores: Este texto tendrá una segunda parte que publicará mañana.
¿Reconoces la intensa sensación de leer un libro del que no puedes despegarte y mientras lees quieres avanzar, pero que no se acabe? Esa es una de las analogías que expresan con mayor exactitud lo que sentía mientras escuchaba a Magali García Ramis. Una cosa es conocer las demasiadas escuetas biografías que aparecen en internet y haber leído parte de su obra escritural, y otra es pasar horas entre el asombro y la risa. Y es que lo que está clarísimo son dos asuntos: ella sabe reír y ella ha tenido una historia familiar alucinante, aunque haya pensado alguna vez, hace mucho, que su familia era aburrida.
Ya casi en la inevitable despedida que yo había aplazado varias veces (en un momento le dije que solo le haría tres preguntas más, pero al finalizar con estas le aseguré que “tres más y terminamos”) le confesé un detalle escabroso que nunca le había comentado a nadie. Lo hice porque sentí que no me juzgaría y así fue. Yo preguntaba, también escuchaba embelesada e intervenía con ciertos comentarios personales —ciertamente, me atreví a romper lo que “se espera” de alguien que estudió el manual periodístico. En la cuestión de gustos literarios, dije: «No me gusta Borges; su literatura no me mueve en lo absoluto». Y —como si eso no hubiera sido suficiente—: «De Cortázar me gustan sus relatos, pero no logré terminar su novela más celebrada». Por su parte, Magali: «No hay que tener temor (de expresar nuestras inclinaciones). Es una sola vida (la que vivimos). Hay que ser honestos (sobre lo que realmente nos llena y lo que no)». Finalicé con un «me encantas, Magali» y varios minutos después detuve la grabación de la entrevista. No suelo grabarlas, mas tuve la impresión de que me arrepentiría si no guardaba aquellas horas en un archivo de audio comprimido.
No es sobre ti
Totalmente consciente de que este escrito no trata de mí ni quiere serlo, paso a reducir —por cuestiones de espacio digital— en unos cuantos párrafos una vida que inició en 1946. Enterarme de parte de su fascinante trayectoria existencial fue totalmente responsabilidad de ella; una invitación a la que accedió generosa. Parecería obvio que la narración sea contada por quien la ha experimentado, pero no siempre es así; los desmemoriados perdemos mucho de nuestro recuerdo vital y nos valemos de la invención arbitraria. «¡Exagerada!», me dirán al leer el título de este artículo, pero para mí es lo más cercano a la indiscutible atención que me generó su aptitud recordativa. De manera paradójica ante mi lejanía con el escritor argentino, su gran facultad para la conservación de los sucesos de antaño me provocó pensar en Funes, el memorioso; un personaje de Borges que lo recuerda todo. Nunca sabré (¿realmente importa esta incertidumbre?) si lo que Magali contaba era producto de su prodigiosa imaginación capaz de improvisar de forma elocuente o si es verdad el relato sobre la casa de su abuela y todos los animales que habitaban allí, cuando afeitaba cuidadosa las piernas de una de sus tías a cambio de diez centavos para comprar cómics o si fue real que a sus dos años se tomó el agua donde moraba una tortuga y fue tanta la infección que llevaron al cura para que le diera los santos óleos.
Sin duda, la también periodista y profesora tiene una vigorosa capacidad para los detalles pasados, los propios que además se encuentran en el legado de cartas, testamentos y hasta minuciosos inventarios que realizaban miembros de su familia, y los referentes a nuestra historia como nación. La atracción que siente por el período de fines del siglo XIX y principios del XX la hacen vasta conocedora de los hechos mundiales de la época. No se ha despegado de la Historia desde que la estudió en la Universidad de Puerto Rico. Y desde hace aproximadamente doce años trabaja en El libro de las tías, una memoria que publicará con Ediciones Callejón.

Con perfecta articulación y un fluir acompasado de las escenas que conforman su cuento personal, Magali tiene en su poder una virtud que debería ser norma colectiva: sus convicciones sociales y políticas no son obstáculos para mantener una mente abierta de par en par. De esta manera y por compartir un solo ejemplo, reconoce que “todos debemos estar representados”, en clara referencia a la composición evidente y natural de una sociedad con múltiples ideologías.
Acerca del desmantelamiento del proyecto cultural puertorriqueño, por parte del Estado, tema que quise abordar con ella, Magali se manifiesta firme en que «la historia se repite» y que «la vida entera de Puerto Rico es de pequeños actos culturales» que son los que han preservado nuestro quehacer.
Inevitable fue entonces evocar a Don Ricardo Alegría. «Nadie (hoy) se pondría un vejigante en el cuello (como adorno) ni querría ver a bailadores de plena si no fuera por él». El recuerdo de la obra magistral del historiador y antropólogo, a su vez, le permitió a Magali exponer su percepción de la ciudad. «Don Ricardo quería representar en Viejo San Juan un mundo detenido en el tiempo de finales de 1800 (casas blancas con puertas marrones o verdes)», dijo para confirmar su postura al respecto, sin que sea impedimento para su total admiración al legado de Alegría. «Yo aprendí mucho con estudiantes de arquitectura. Una de ellas me hizo ver que las ciudades son entes vivos», sostuvo Magali.
Ya había pasado mucho tiempo desde que comenzamos nuestro encuentro por la mañana y se aproximaba el mediodía. Magali tuvo un gesto sencillo que revalidó la intuición que tengo de su ser. Una mujer acunaba a un niño (o una niña; mi memoria falla otra vez) en una de las sillas de la librería. Magali —genial observadora— la invitó a sentarse en una de las butacas que nosotras ocupábamos para que pudiera estar más cómoda. De ese modo, nuestra entrevista se movió a las sillas. ¡Feliz día, Magali!
Nota: Gracias a Casa Norberto Libros & Cafébar por acoger nuestro encuentro.
Imagen de portada: La escritora Magali García Ramis nos narra en tres horas una fascinante porción de la trayectoria de su vida familiar. Foto por Valeria Falcón para 90GRADOSº