“¡Bienvenidos! Mi nombre es Julio y estoy aquí para servirles”. Así nos recibió nuestro mesero, haciéndonos sentir inmediatamente en casa. Y es que The Greenhouse Kitchen & Bar ha sido sinónimo de hogar fuera de casa por más de 40 años en Condado. Luego de su cierre hace poco menos de tres años, la nueva generación del negocio familiar reabre sus puertas en un nuevo local seduciendo al comensal desde la oscuridad de la barra hasta la luz del salón comedor en un bacanal de aromas, color y sabores.

Foto: Laura Aquino González
Los azulejos antiguos que revisten el vestíbulo del edificio La Casabella en la Avenida Magdalena engalanan ininterrumpidamente las paredes hasta la barra del restaurante, que también sirve de recibidor.

Foto: Laura Aquino González
La pared oscura del espacio contrasta con las baldosas pintadas a mano en azul, amarillo, verde y blanco en donde se cuelan entre personajes mitológicos algunos rostros de Baco, dios del vino y el éxtasis, contando historias de un pasado lejano e invitándonos a entregarnos a su frenesí.

Foto: Laura Aquino González
Allí, justo al entrar, quedé embriagada por el perfume de la canela, la manzana y la menta, algunos de los ingredientes mágicos del Forbidden Mule que Angie Linderman conjuró para refrescarnos el alma y olvidar las preocupaciones.

De la acogedora barra y el lounge de techos bajos y oscuros como la noche — que te hacen sentir como una semilla en la tierra — cruzamos el umbral al amanecer, el salón comedor.

Foto: Laura Aquino González
Un techo a doble altura bañado en luz natural nos recibe en el acogedor “invernadero” despertando los sentidos. Germinamos.


Al fondo, y a un nivel más bajo, otro salón más íntimo, como biblioteca contigua a un jardín, yace entre libreros y papel tapiz de ventanales de invernáculo albergando una exuberante flora tropical. De la cocina se infiltraban las fragancias de lo que estaba por venir.

Comenzamos la travesía culinaria con un allegro: unos deliciosos y dulces dátiles envueltos en tocineta y rellenos de blue cheese, las intensas bolitas de risotto rellenas de queso cheddar, mozarella y tocineta, y los riquísimos lollipops de cerdo frito y cebollas salteadas con salsa de guayaba y cilantro.

Una vez sumergidos en el perspicaz encantamiento de sabores, llega la sopa de cebolla — el plato estrella de The Greenhouse, un clásico por generaciones — junto con un cremoso aguacate relleno de ensalada caprese que deleitaba el paladar mientras lo preparaba para el tercer curso.

El suave sabor del filete de chillo con salsa de alcaparras y el salmón con couscous y vegetales salteados reconfortan el paladar y el estómago cual sonata de sinfonía. Ahí regresa otro clásico, el jugoso The Greenhouse Burger, hecho en casa con pan brioche.

Culminamos el quinto curso con el churrasco en salsa chimichurri y el chuletón de cerdo en salsa de ajo y setas, que se destacó por su inigualable sabor y tierna carne. El típico flan y un cortadito nutrieron el final del almuerzo. Florecimos.

Jennifer y Antonio Lauria, propietarios de The Greenhouse, fungieron como deux ex machina para traer de vuelta el restaurante a la escena gastronómica de San Juan en una versión más renovada y contemporánea sin obviar su historia.

De la mano del chef ejecutivo Jason Rivera, cuentan una sublime y mística historia de renacer que se palpa desde el diseño de interiores hasta el menú. Con ello, regresa a la cotidianidad la habitual previsión, “Nos vemos en The Greenhouse”.
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