El baño es un problema de diseño; tu género y sexualidad son problema tuyo

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El gobernador de Carolina del Norte, Pat McCrory, ha elevado la discusión del uso de los baños del estado a la palestra pública al tomar una postura rígida y miope sobre la privacidad referente al asunto de transgénero. No obstante, el tema de identidad de género no debe ser limitado a una mera y simplista discusión sobre la privacidad de un baño. Cualquier análisis que pretenda progresar atendiendo los temas de la naturaleza o naturalidad de un ser humano, o su orientación sexual, debe ser atendido en la esfera de las ciencias, comenzando con la biología. Mas el problema que envuelve la creación de límites físicos entre lo público y lo privado es un asunto de diseño.

Abordar el debate sobre la privacidad que se puede o debe esperar en un espacio sanitario utilizando argumentos políticos o teológicos infiere un razonamiento incorrecto. Peor aún, indica la ausencia de raciocinio que conducirá a pasar juicio erradamente mediante el manejo de un discurso predeterminado y malintencionado. Simplemente, no deja espacio para discusión y, por ende, para aprender.

El proceso de aprendizaje, por definición, supone abrir espacio para disyuntivas y aceptar ser confrontado con resultados diversos u opuestos. Los ejercicios asignados a estudiantes durante la impartición de cursos de diseño en las escuelas de arquitectura del país usualmente comienzan con un estudio minucioso de la historia y los precedentes propuestos o creados para atender este problema. Acto seguido, los estudiantes proponen soluciones de diseño que luego pasan por el crisol que impone un juicio entre pares que utilizan su conocimiento y experiencia para concluir sobre los resultados que supondría la construcción de dichas propuestas. Esta metodología emula en algo el proceso científico donde se observa, se construye una hipótesis, se experimenta y se confronta la misma con los resultados para ver si se sostiene la premisa original o se descubre un resultado imprevisto. El resultado, sin importar confirmación o negación de cualquier idea original, deriva en la creación de conocimiento. Haciendo igual, sería prudente mirar el desarrollo del concepto del baño y disecar la función de sus partes: inodoro, ducha, lavamanos, espejo y espacio de almacenaje.

La percepción de la privacidad de un baño varía entre periodos en el tiempo, posiciones geográficas y sus diversas culturas. Tanto es así, que el mero objetivo de la privacidad ha variado desde los tiempos donde era natural la desnudez hasta cuándo y dónde no lo es. Aún hoy, se puede encontrar aquellos que arguyen que la visibilidad de piernas o el pecho es indeseado. Claramente, se dice indeseado por no abundar en construcciones éticas donde el argumento es, que es incorrecto. Hoy se ve el movimiento #freethenipple y es imposible no pensar en esas discusiones, que ahora parecen fútiles, sobre playas nudistas que comúnmente finalizan en la aseveración, “En Europa será natural, pero aquí no.”, o en la aceptación del cuerpo desnudo en la revista National Geographic solo por revelar culturas distintas que presentan como primitivas, no por ser las primeras, pero por ser vistas como rudimentarias. Por otro lado, es significativo tener que responsabilizar la ley y los requerimientos reglamentarios adoptados por ésta, que determinen la provisión de un cuarto para amamantar como alternativa a la barbaridad de señalar un baño como el lugar idóneo para llevar a cabo este proceso natural de alimentación, uso que yace muy lejano a los propósitos que dan paso a la creación del baño.

Entonces, si la necesidad que atiende el baño es proveer un lugar dónde defecar, orinar, asearse y arreglar la imagen personal, no hay que mirar más lejos que en los precedentes que ya existen. El cuarto de inodoro, el cuarto de cambio y el baño privado requieren prácticamente el mismo espacio en pies cuadrados de superficie horizontal y pies cúbicos de área. La privacidad no la provee el espacio donde se encuentran estos cubículos; el diseño de las superficies contenedoras y su materialidad, sí. El prototipo de baños públicos llenos de cubículos de inodoros, urinales y múltiples lavamanos frente a paredes forradas de espejos son, meramente, un pabellón constituido por módulos menores que satisfacen las necesidades primordiales que requieren privacidad, según nuestra realidad cultural presente.

De esta manera, si queremos proveer justicia género-neutral, no es difícil suplantar una cortina de ducha por una puerta impermeable o sellar las rendijas entre los paneles del cubículo de inodoro o llevar la puerta hasta el suelo y más arriba de la altura máxima de cualquier individuo. Al igual que cualquier exigencia nueva, conllevaría más gastos que son justificados al procurar garantizar privacidad y, más aún, seguridad. La seguridad que representa va de la mano de la justicia que se le hará a todo ser humano que disfrute de la misma y evite los señalamientos incómodos, hostigamiento o abuso físico y emocional. Las alternativas para rescatar el debate del derecho a la privacidad y seguridad en el baño existen, solo hay que diseñarlas. Llegó la hora de repensar el diseño del baño, comenzando con su distribución espacial y los límites físicos entre los elementos que lo componen al ser atendido en la esfera pública. Esto presenta una oportunidad adicional desde el diseño industrial para idear materiales y crear nuevos productos de cerramiento o transparencia, incluso incorporando nuevas tecnologías. Las barreras conformistas e ideas preconcebidas sobre género y sexualidad han sido transformadas, no es el momento de acentuar nuestras diferencias mediante la arquitectura, es hora de rediseñar el baño.

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