El candente sol tostaba mi espalda mientras el artista Rafael J. Miranda Mattei abría el portón de hierro de su edificio en Santurce. Entramos por el zaguán hasta cruzar la puerta de su amplio apartamento-taller, cuya luz azulada contrasta con la luz amarilla del sol de la tarde en la calle. Me ofrece algo frío de beber. «Agua, por favor». Se retira para buscarla. Miro a mi alrededor y me veo rodeada de cajas de retazos de alfombras, un librero, una cocina hecha taller de carpintería con herramientas colgando de la pared. Me volteo y me encuentro con dos triángulos azules colgando del muro blanco. «Ese es Puertorican Status Blue», me dice dándome un vaso de agua. Tomo un sorbo de agua fría y entiendo todo.

Abro los ojos grandes, lo miro y vuelvo a mirar la obra en la pared. «¿Jugando a Yves Klein?», le pregunto. «Tomé el porcentaje de votos del último referéndum del status de Puerto Rico para crear el porcentaje de pureza de azul para los triángulos. Aquí cada partido político tiene un color que cree apropiado para el triángulo azul de la bandera de Puerto Rico: los estadistas tienen el azul oscuro, los estadolibristas usan un azul tirando más a índigo o añil y los independentistas, el azul celeste. Cada vez que uno de los partidos llega al poder, le cambian el color azul al triángulo de la bandera. El azul oscuro (resultante) es feo, raro…». «Sí, no es azul marino, no es ultramarine blue… ahí se ve un poco sucio. La eterna guerra de los azules», observo. «Exacto. Mi trabajo es conceptual y también es político. Uso mucho la ironía y el humor». Es con esa sutileza que Rafael acentúa aspectos de lo cotidiano que, por su naturaleza ordinaria y habitual, es invisible a los ojos de quien lo vemos y vivimos a diario. Pero él nos lo recuerda.

«Eso también es mío», me dice apuntando a la alfombra bajo mis pies que forma parte de una serie de alfombras creadas con retazos remanentes de una fábrica de alfombras a modo de colcha de parches. «Me gusta que se puede poner en el piso o en la pared», apunta. Hay algo sugestivo en hilvanar una historia nueva de pedazos que se van encontrando y se van añadiendo. Es parte de nuestra identidad personal y colectiva. Vamos creando nuestra propia historia con la información que vamos recolectando aquí y allá. «Aquella la estoy trabajando más o menos igual pero con rolos de pintar. Todavía no sé lo que es», me dice apuntando hacia un panel de madera sobre la pared. «¿Trabajas mucho con materiales rescatados?», le pregunto. «Sí, bastante. Es parte de mi trabajo que muchas veces es también performance, instalaciones, vídeos». Nos movemos a un escritorio y me muestra algunas de sus obras.

En La casa del perro, Rafael coloca una casita de perros sobre una peña en la playa a la entrada del Viejo San Juan. La instalación alude a una leyenda que cuenta la historia de un pescador que dejó a su perro sobre la peña y le pidió que lo esperara. El pescador nunca volvió y el perro se quedó esperándolo hasta convertirse en piedra. Por eso, la piedra tiene forma de perro, explica la historia. En el momento en que Rafael instala la obra sobre la roca, el acceso a esa playa estaba controlado y vigilado por la policía debido a las múltiples protestas que interrumpían la construcción de Paseo Caribe en la zona marítimo-terrestre. Los protestantes alzaron su voz al restringirse el acceso a la playa que, en Puerto Rico, son espacios públicos. «La puse allí y duró unas horas. Rápido llegaron guardias en una lanchita y la sacaron», me cuenta Rafael. «Están in the doghouse», le digo. El artista hace referencia a la lealtad, a la eterna espera, a las promesas rotas y la desilusión.

Durante esas manifestaciones, se subieron dos personas a la grúa de construcción que detuvieron el progreso del proyecto por varios días. El primero fue un padre que reclamaba la custodia de sus hijos y, luego, el activista Tito Kayak en su incansable defensa de las playas y los recursos naturales del país. La grúa se convirtió en una plataforma de protesta que acaparó la atención de los medios. En respuesta, y ante la poca concurrencia de manifestantes, Rafael creó unos pasquines con la imagen de la grúa y la palabra «Protesta» convocando a protestar, reclamar y ocupar espacios que son de todos. Se intuye su desilusión y frustración por la poca o ninguna acción del ciudadano común, igual que el perro convertido en piedra.

Y esto lo expresa en su video loop, There’s no worst blind man than the one who doesn’t want to see (No hay peor ciego que el que no quiere ver). En el vídeo están José Feliciano y Stevie Wonders cantando. Se ve el movimiento hacia adelante y hacia atrás de José Feliciano en contraste con el movimiento de Stevie Wonders de lado a lado. Me río. «Es como el viejo chiste que dice que pueden cantar juntos porque no se tropiezan», le comento. «Sí. Pero también es el puertorriqueño que siempre dice que sí y el americano que siempre le contesta que no».

Su respuesta ante la inacción encuentra su momento de gloria en Más fresco que yo, ninguno. Al no ser incluido en el libro Frescos: 50 artistas puertorriqueños menores de 35 años, una compilación de artistas jóvenes de Puerto Rico publicada en 2010, Rafael crea la página que correspondería a su perfil dentro de la publicación. Como parte de la obra, documenta con fotos su entrada a la tienda del Museo de Arte de Puerto Rico e inserta la hoja en las copias del libro a la venta. Distinto a sus otras obras, en donde figura como agent provocateur pero no recibe respuesta a su convocatoria, Rafael no se queda de brazos cruzados, se ensucia las manos y no acepta un no como respuesta.

Este acto no tan solo lo arroja hacia él mismo, sino también hacia los invisibles, que no tienen voz. Se sube a la mesa en el área de herramientas y alcanza algo a lo alto de la ventana. Es una pizarra blanca con dos pedazos de metal doblados que coloca sobre sus hombros. «Aquí hice como lo que usan los promotores de marcas en los eventos. Usé esta pizarrita con el cup holder pegado al lado para dárselo a los deambulantes que piden dinero en la luz con un vasito plástico de un fast-food cercano. La idea es que ellos sirvan para promover la marca y ésta los auspicie. Ya como quiera lo hacen, pero esta vez es oficial. Tienen el logo en la camiseta y en la pizarrita escriben por qué piden limosna.». Se la pone y me da risa. «Mira, te muestro unas fotos. La imagen es fuerte». Las veo en su contexto y siento un duro golpe en el estómago. «Wow!» es lo único que pude decir.

Luego de mostrarme varias de sus obras, me da la última parte del tour de su espacio. Salimos por la parte posterior al patio. «Esto es otra cosa. ¿Ves qué brisa?», me dice. Es totalmente opuesto a la entrada. «Aquí me relajo, hago BBQ…». Me muestra algunas de las plantas que tiene en el jardín bajo líneas de bombillitas y me trae una hojita. «Esto es alcanfor». La huelo y me ahuyenta los malos espíritus. «Mi abuela la usaba mucho», le digo. Entra de nuevo y le sigo. Me muestra donde tiene las herramientas, las sierras, el área de serigrafías, el de almacenaje. Abre una gaveta, saca un papel y me lo da. «Toma. Aquí nadie se va con las manos vacías». La miro y me encanta. Miro al dorso, tiene su firma y dice «7 de 15». ¡Uf! Me siento especial.
Regresamos a la sala en el centro de todo, me muestra algunos libros y me da una pieza de acrílico transparente con el rectángulo áureo y la espiral áurea grabados. «Sirve para poner las llaves pero también la usas para mirar las cosas, encontrar el punto de fuga…». Acepto el regalo, el prisma por donde Rafael ve el mundo, el umbral a su universo. «Tienes que venir a la apertura de mi nueva exhibición el 24 de febrero en Zawahra Alejandro, Me comieron los dulces». Eso no me lo pierdo.
Rafael Miranda Mattei es uno de los artistas seleccionados para participar en La Pila, un face-off de tres artistas que tendrán dos horas para crear una pieza de arte y diseño utilizando solamente el material de una pila de desechos y materiales rescatados en La Respuesta, el viernes, 3 de marzo de 2017 a las 8:00 pm. Un panel de jueces y el público presente seleccionarán al ganador.