De camino, recordé el libro Mujeres que viajan solas, del escritor español José Ovejero. Pudiera parecer un acto de poca trascendencia, pero el valor de fondo de viajar a una distancia mucho mayor a la acostumbrada, en el silencio no de la mente sino de la boca, concede una experiencia espiritual. Dentro de la isla, nunca me había trasladado tan lejos, sin compañía. Lo celebré como un logro muy íntimo. Aún aguardaban sorpresas.

Lo que observé del pueblo de San Germán, un domingo por la mañana, fue total quietud. Algunos carros, algunos transeúntes, no interrumpían la serenidad. Las edificaciones antiguas e históricas, las tiendas vintage, mantienen la pátina de un pasado noble, en cuanto generoso. Incluso una, etiquetada como “estorbo público”, no deja caer su digno señorío. Como mi viaje tenía un propósito definido, me interné -poco antes de las once- en Casa Cruz de la Luna, a cargo del destacado artista Aravind Enrique Adyanthaya. Nos reunía allí el laboratorio/taller acerca del Teatro del Oprimido, de Augusto Boal, y el Inconsciente.

Ya había intercambiado algunas cartas electrónicas con Aravind. En el espacio virtual que a veces se torna soso e indiferente, él supo manifestar su gran sensibilidad y luz. La dinámica grupal en ese viejo espacio -que alguna vez fue un taller de tejidos, entre otros usos- me confirmó no sólo su conocimiento en la ejecución teatral de enfoque holístico, sino el arte de transmitir la enseñanza como un campo abierto de exploración, donde cada cual es Maestro y Aprendiz.

Así, durante dos encuentros (hoy será el último de dicho laboratorio/taller) todos nos hemos inmerso en la investigación que propulsó el dramaturgo y director brasileño Boal, considerando al teatro como instrumento sociopolítico. Ciertamente, Casa Cruz de la Luna -con su erudita historia, su biblioteca, su fascinante arquitectura- ha conferido un lugar idóneo para sentir el arte como proceso destinado a develar nuestra psiquis personal y colectiva, con la promesa de sacudirla por completo.

Mediante una entrega comprometida desde 1998, el reconocido Teatro de Casa Cruz de la Luna ha concebido numerosas producciones que se han presentado a su vez fuera de Puerto Rico. De igual forma, Casa Cruz de la Luna cuenta con una segunda base en Nueva York. Residencias artísticas, conversatorios y otras actividades culturales son parte del programa de esta compañía que tiene en la experimentación su aliada máxima.
Definitivamente, Aravind -como director de Casa Cruz de la Luna– otorga a este espacio la humanidad brillante. La edificación ofrece una conjunción de tiempos. Viajar sola es metáfora de la verdadera travesía; al fin y al cabo, la existencia es un tren de una sola silla.
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Imagen de portada: Puppets de la India, Casa Cruz de la Luna, Titeretada 2019, con José Rafael Laboy y Génesis Ayuso. Foto de Deborah Hunt