Un tema recurrente en estos tiempos que corren para quienes nos preocupa la preservación del patrimonio edilicio es la construcción desmedida de viviendas de propiedad horizontal. Muchos pensarán en base a qué parámetros fundamento mi preocupación, si por el contrario el desarrollo inmobiliario trae aparejado la posibilidad de tener una vivienda a muchos ciudadanos. Precisamente el “progreso” viene de la mano en la mayoría de los casos de la mano de la “destrucción” de viviendas antiguas por causas variadas: condiciones edilicias frágiles que hacen más viable su demolición que su mejoramiento; fallecimiento de sus ocupantes en donde la única opción de los herederos es la venta del inmueble con la finalidad de un crédito económico. La intención no es cuestionar el accionar de las personas ante estas situaciones sino mostrar que la suma de estas decisiones aparentemente aisladas no son tales y han modificado brutalmente los centros históricos de muchísimas ciudades de nuestro país.
Detrás de cada casa “chorizo’ que se desintegra para reconfigurarse en una torre de 10 o 15 pisos, de cada barrio obrero que creció al ritmo de alguna industria pujante o bien como consecuencia de la cercanía de algún puerto, detrás de todo eso hay innumerables factores no tangibles por el mercado inmobiliario que se pierden indefectiblemente y nunca más se recuperan.

La importancia de preservar el patrimonio construido como parte de la identidad de una ciudad, de un grupo humano, se basa en balancear los factores antes mencionados, la historia edilicia que formó a una ciudad y la necesidad de progreso y vivienda actual. Detrás de cada vivienda de principios de siglo que se desvanece, no solo se pierden elementos de excelente calidad de detalle como pueden ser puertas de ingreso de madera, pisos, herrería artesanal, ornamentación, etc., sino que también perdemos cosas igual o más valiosas. Perdemos recuerdos: recuerdos de historias contadas por el abuelo, recuerdos de aromas imborrables que salían de la cocina donde la abuela dedicaba horas a preparar con amor cada una de las comidas que luego degustarían sus hijos y nietos. En pos del progreso material estamos dispuestos a perder recuerdos; recuerdos de aromas, de alegrías, de algunas tristezas, de voces, de silencios, de colores, de juegos.
Actualmente vemos cómo se arrasan barrios enteros y en poco tiempo se erigen enormes torres vidriadas, cerradas a todo contacto externo, cerradas al contacto con el vecino. Son pequeñas microciudades en las cuales no conocemos quién es nuestro vecino del departamento de enfrente o el departamento superior. Las antiguas fábricas o zonas portuarias se convirtieron en centros comerciales, oficinas, y la estructura portuaria residual solo ha quedado como simple ornamentación.

El centro histórico de una ciudad, o bien el centro histórico de un barrio especifico de dicha ciudad, son el corazón y el alma de la misma. Si el corazón es maltratado, destruido, sobre-exigido o abandonado las opciones de sobrevivir son escasas. El término “sobrevivir” es metafórico y lo asocio a un funcionamiento armónico de los integrantes de dicho centro urbano. Existen ejemplos de sobra de grandes centros financieros o comerciales los cuales, al finalizar sus horarios de atención, se convierten en espacios fantasmas donde predomina la soledad, la inseguridad, el abandono, etc.

Analizando casos de ciudades europeas, muchas tienen otra visión mucho más organizada del cuidado del patrimonio. Francia, por ejemplo, con el plan implementado por el Barón Haussmann, modificó el caótico centro histórico de París producto de la Revolución Industrial. Abrió calles y ensanchó avenidas, pero además reglamentó la altura a construir entre otras cosas; y si bien ese fue un plan implementado a partir de mediados de 1850, si uno ve una foto aérea de París en la actualidad, se mantiene esa uniformidad salvo casos excepcionales donde hay intervenciones culturales, como por ejemplo el Centre Pompidou. Toda la zona financiera se encuentra en las afueras de la ciudad, el más importante de ellos, La Defense. Otras ciudades europeas italianas, españolas y francesas, además de cuidar el patrimonio edilicio de sus centros históricos, buscan evitar el ingreso de vehículos fomentando otros medios de circulación más limpios como las bicicletas o bien priorizando al peatón. Esto permite un menor impacto sonoro en dichos centros, la disminución de gases tóxicos, etc.

Creo fuertemente, como mencioné anteriormente, en la importancia de preservar el patrimonio construido como parte de la identidad de una ciudad, de un grupo humano. La identidad y particularidad edilicia de una ciudad es un hecho relevante y fundamental a preservar. Es una parte de nuestra historia que no merece ser borrada.