La colección consiste de esas 365 obras de arte en donde Gloso nos da una mirada a su cuaderno personal en ese primer año lejos de Puerto Rico. Hechos con materiales cotidianos como papel Bristol, vellum, carbón, acuarela, tinta y grafito, el artista explora el ambiente neoyorquino con imágenes marítimas, así como el redescubrir de la figura femenina caribeña en una ciudad cosmopolita, entre otros. Gloso descubre su estilo como surreal, con iconografía erótica o fantasiosa dentro de un contexto popular. Así como muchos escribimos nuestros sueños, Nieto los dibuja. «Todos los días experimento esto, en mis sueños, en mi subconsciente. Me gusta atrapar esos detalles desapercibidos tantos internos como externos. Me gusta mantener récord de mi subconsciente porque me define. Documentarlo me hace descubrirme, me hace ir atrás en mi vida y aprender de esa experiencia. Es como guardar el recibo del día e internalizar lo que me pasó. Puedo volverlo a vivir o descartarlo, dependiendo cómo me sienta»

Curiosamente, conocí a Gabriel en uno de esos trabajos de supervivencia. Él era el único hombre en una oficina llena de mujeres fuertes y opinionadas. Para cualquier tarea física, el estaba allí. En cada break, él sacaba su libreta y su lápiz. Se sentaba en una esquina y se perdía. Me di cuenta rápido que es una persona introvertida, pero muy genuina. En ese año lo percibí molesto solamente dos veces, escuché su carcajada mas de cincuenta y lo vi dibujar todos los días. Su disciplina es admirable. Me enteré que había sido uno de los muralistas del reconocido movimiento artístico urbano Santurce es Ley. Como tenía que sacarle cada palabra por cucharadas, le pedí que me enseñara el cuaderno. Al principio dudó, pero en cada página encontré un mundo. La mejor manera en que puedo escribir su arte es como un boceto de alguna pintura de Salvador Dalí, pero caribeño. En vez de elefantes, Gloso dibuja pulpos. En vez de relojes, Gloso pinta una flor de Maga. En vez de frustración sexual, Gloso derrama en papel la belleza de la mujer afro-boricua. Me confiesa: «En New York City aprendí qué es la rapidez. Es una sociedad de ahora, se hace lo que se dice. Todo es en blanco y negro. La ciudad también me enseñó a ser más detallista, hasta cómo expresarme mejor como persona. Es una sociedad con mucha cultura y todo es más accesible».

Esas palabras calaron hondo en mí. Recuerdo un día en diciembre, ya de noche y nevando, salimos de la oficina juntos. El tren que ambos tomábamos no estaba funcionando y Gabriel, como todo un caballero, quiso acompañarme hasta otra estación. Veo que se pone un jacket de cuero y una bufanda extrañamente amarrada. Le comento que cuero con nieve no es buena combinación. Me dijo humildemente: «Es lo que tengo». Empezamos a caminar y suspira: «Me muero por un buen arroz con gandules y lechón». Me río, nos pasa a todos. Para consolarlo le sugiero que experimente culinariamente, tal vez no tenemos el lechón de Guavate, pero podemos comer koreano, tailandes, etíope. Gabriel se ríe y me responde: «Tú llevas muchos años aquí, ya llegaré a ese punto yo». Los años pasaron y como bien él dice, la vorágine de la ciudad nos separó.

Después de varios años recibo un mensaje de él, quería compartirme la exhibición Gloso 365. Lo invito a mi casa a cenar. En un principio, me iba a poner fancy con la comida, pero es Gabriel, así que saqué el sofrito, el adobo y el recao. Le sirvo la comida y veo el brillo en sus ojos. Me responde: «Gracias. Esto era lo que necesitaba». Era el mes de julio. No sentamos frente al televisor a ver el derrocamiento del gobernador de Puerto Rico. Le digo que daría todo por estar allí y Gabriel me contesta: «Tenemos mucho que hacer por la isla desde acá, por eso yo pinto, por eso hago lo que hago». Le pido que profundice, responde: «Yo estudié artes plásticas en la Universidad de Puerto Rico y en la Escuela de Artes Plásticas en el Viejo San Juan. Estudiar allí, me dio la técnica y aprendí a poder ser honesto. También aprendí la pasión. Estar inmerso en esa energía aplicada en New York City tiene mucha fuerza. Es un tipo de orgullo. Más importante que la técnica son las ganas. Al venir de una idiosincracia tan específica, llegas a otro otro lugar y se te infla el orgullo». Le pregunto si por fin se sentía a gusto en la ciudad y responde que sí. Por fin logró el trabajo que tanto quería, el mismo lugar donde va a exponer su trabajo, Colossal Media, compañía que se destaca por diseñar campañas publicitarias street art a través de murales a gran escala.

Gloso abunda: «Antes de mudarme, conocía el trabajo de Colossal. Quería trabajar con un salario fijo, aunque no fuese arte mío. Una escuela que me pague. Solicité desde antes de mudarme, pero tampoco era prioridad. Si pasaba bien y si no, también. Yo seguía solicitando y ellos seguían rechazándome. Un día averigüé para ser apprentice. Hacía el trabajo que nadie quería hacer, de todo menos pintar. Pasaron dos años, yo seguía haciendo los dibujos en mi cuaderno, sacaba técnica nueva y aplicaba lo que aprendía mirando a los demás hasta me dieron el puesto que quería, el de pintor».
